Inside me
Nací enfadado.
Y no era por hambre ni frío: era puro desencanto genético.
Una señora con bata blanca me dio un azote en el culo y empecé a gritar.
Parecía un acuerdo tácito: “Bienvenido. Prepárate.”
Desde entonces, los golpes no han parado.
Familia. Escuela. Amor. Sociedad.
La vida parecía empeñada en dejar marca.
Y lo logró.
No escribo esto desde el drama.
Lo escribo desde la lucidez cansada.
No como quien quiere sanar, sino como quien ha decidido dejar de disimular la herida.
De adulto, un psicólogo puso un par de nombres a lo que me pasaba.
Como si eso explicara algo.
Como si etiquetar el caos fuera suficiente para entenderlo.
Yo solo pensé: “Ah. Así que no estoy roto. Solo vengo sin instrucciones.”
Y aquí estoy:
En la intemperie.
Sin abrigo, pero con pensamientos.
Sin respuestas, pero con radar.
Sin ganas de gustar, pero con muchas ganas de decir.
Lo único que me queda es la duda
Y la certeza de que pensar no basta.
Hay que saber qué hacer con eso.
O al menos intentarlo.
Lo que pretendo (más o menos)
No escribo para posicionar.
Escribo para descolocar.
No busco viralidad.
Busco grietas.
No optimizo para buscadores.
Desarrollo para la mente.
No pretendo ser una estrella mediática.
Prefiero ser una sombra en la caverna de las conciencias.
No quiero vivir de esto.
Quiero vivir con esto.
